dimecres, 7 de desembre del 2011

Destripador de almas



A grandes rasgos, la vida es un amasijo de rutina. Los días se suceden unos tras otros y de vez en cuando acontece un suceso que rompe esta tónica convirtiéndolos en memorables. Son pequeñas o grandes revoluciones que hacen girar el cauce de nuestras vidas hacia caminos antes insospechados por nosotros. Sucede que la Señora Suerte no es muy equitativa a la hora de repartir sus bienes haciendo girar la rueda de la fortuna caprichosamente como si jugara a la ruleta rusa. En este descabellado juego, intrínsecamente ligado a la condición de vivir, se nos deparan situaciones que no siempre sabemos encajar muy bien; sobre todo cuando se nos escapan de las manos al depender de condicionamientos ajenos a nuestra voluntad.




Una situación similar fue la que vivencié el lunes de la semana pasada cuando salí de tu coche. Tengo la certeza que recordarás cuando hace varios meses, en una tarde primaveral, me anunciaste que tus sentimientos habían sentenciado una ruptura de nuestra relación sentimental tras días de abrupto distanciamiento por tu parte. En ningún momento reproché tu decisión porque por encima de todo siempre te había valorado por tu dimensión humana. Apareciste en mi vida de manera muy súbita rezumando en los poros de tu piel un derroche de humanidad y vitalismo. Creí que por fin había entrado en mi vida lo que yo tanto había anhelado durante mucho tiempo: un amigo homosexual. Por si fuera poco, si ese supuesto amigo tenía muchas cosas en común contigo, es accesible y es capaz de compartir impresiones de todo género, el panorama no podía haber sido más alentador.




Aunque disponía de algunas personas en mi entorno que siempre me han apoyado, el asunto de mi tendencia sexual ha hecho que muchas ocasiones me sienta paradójicamente solo a pesar de estar rodeado de gente. Uno de mis retos pendientes y ansiados desde tiempos inmemoriales era encontrar gente cordial afín a mi homosexualidad para poder trepar y salir de ese abismo tan desolador. Tú te perfilaste como una persona dispuesta a ayudar y contemplar un nuevo amanecer. Sé con total seguridad que estas impresiones no fueron fantasías idílicas mías propias de un entorno irreal que yo me había creado, sino que tú contribuiste a forjarlas firmemente con esperanzadoras palabras.




Volviendo al instante de la ruptura, recuerdo que nos fundimos en un cálido abrazo que por encima de todo evidenciaba el aprecio que te había brindado a pesar de lo desconcertante que fue el cambio de actitud que tuviste hacía mí. Acto seguido, te pregunté qué pasaría a partir de entonces a lo que tú respondiste que a partir de ahí podríamos quedar como amigos. Yo te dije si al menos podría acceder a ese selecto círculo íntimo de amistades con los que tienes un contacto más cercano y expresé mi deseo de poder integrarme. Tú contestaste con unas palabras que me tranquilizaron sumamente: Tranquilo, que te integrarás a ellos. Que ya no seas pareja de nadie no significa que no puedas estar con nosotros.




Aquellas esperanzadoras palabras se me quedaron grabadas en la mente como posible llave a un venidero horizonte en el que yo por fin podría sentirme realizado socialmente sin tener que padecer tan insidiosamente tantas cortapisas sociales. También apostillaste que la ruptura entre Marcos y Rafa comportaba una espera hasta que las aguas se calmaran. Con la fe que te profesaba, no me importaba esperar el tiempo que fuera necesario. Al menos siempre he tenido el don de la paciencia cuando he creído que el fin merecía la pena. Dejé pasar las semanas intentando no perder el contacto contigo. Todavía te continuaba viendo como una esperanza viviente y me conformaba con los mensajes al móvil que nos enviábamos y con las esporádicas y fugaces citas en que conversábamos cordialmente al calor de un local diferente.




Las semanas transcurrían. Empezaba a inquietarme al ver una actitud cada vez más pasiva por tu parte y, a mitad de verano, aproveché para preguntarte si tenía que resignarme definitivamente a tener encuentros tan espaciados contigo. Me contestaste que las circunstancias te obligaban a actuar así escudándote con la crisis desatada semanas atrás entre Marcos y Rafa pero me aseguraste categórico que cuando todo volviera a la normalidad podría yo instaurarme en tu ambiente social más cercano. De nuevo, no puse ninguna objeción porque continuaba creyendo firmemente en tu honradez. Nunca habría puesto en tela de juicio la veracidad de tus promesas tras haber examinado tus textos con atención y de haberme enriquecido de esa savia filosófica tan provechosa que destilaba de sus renglones y que tanto había complementado mi visión de los diferentes aspectos de la vida.




Las hojas del calendario iban cayendo y, a través de tus mensajes de móvil, fui testigo de tu caída de ánimos provocada por el fustigamiento de tantas horas de explotación laboral y por la sacudida verbal que Marcos arrojó contra tus sentimientos. La ansiada llegada de las vacaciones supusieron bocanadas de aire fresco a tu vitalidad. De esa forma, mientras yo estudiaba una madrugada para un examen, recibí gozoso en mi móvil el mensaje de esa transformación tan positiva. Después volviste a Valencia y te llamé para preguntar por ti. En esa breve llamada acordamos por fin un reencuentro después de casi dos meses.




Aquella tarde, me alegré de verte de nuevo tan contento y vitalista... Así pues pensé recordarte tu promesa de poder vernos más a menudo tal como me habías dejado caer hacía algunos meses...




... Tu respuesta me desgarró por dentro. Me dejó entrever una personalidad fría que había calculado meticulosamente un plan de distanciamiento progresivo hacia mí que había llevado meses pero que resultó totalmente infructuoso ya que en ningún momento apagué la llama de la esperanza que había depositado en ti. Me declaraste como la cosa más natural del mundo que yo ahora había formado a pasar parte de ese inmenso saco de “amigos”, ese mismo que es como una larga lista de espera para reunirte con ellos muy ocasionalmente, ese mismo de los que igual no sabes nada de ellos durante meses, ese mismo a los que muy mandas un sms testimonial cada largo tiempo como si fueran familiares que viven en el otro extremo del país y que solamente ves durante algún acontecimiento especial. Nada que ver con esa amistad entrañable y cercana que sentías hacia otras personas.




No quería dar crédito a aquellas palabras tan frías y punzantes como una navaja que se abre paso en tu corazón. No pude evitar reprocharte porque ahora me habías roto esos horizontes en los que yo tenía ilusión. Tu respuesta fue otro mazazo que acabó resquebrajando esa confianza que tenía en ti hasta dejarla totalmente maltrecha: ¿Y qué quieres que te diga? Yo no siento lo mismo por ti que por ejemplo por Pili o Marcos.




Esos vocablos encerraban algo que para ti era muy obvio y que yo ya tenía que haber asumido desde un principio. Como si mis deseos de habernos acercado un poco más no hubieran salido de tus labios, como si tampoco significaba nada que hubieras insistido tanto para pasarme a Vodafone y todo fueran quimeras ideadas por mi cabeza loca, ¿verdad? Deduje que esas intenciones que me transmitiste tras nuestra ruptura sentimental de asimilarme a tu entorno más íntimo no eran más que falacias sutilmente trabadas para actuar de la manera más “piadosa” posible y hacer menos doloroso un distanciamiento mediante un alejamiento muy paulatino. Pero no llegaste a conseguir que tus promesas cayeran en mi olvido porque tú me ofreciste desde que entraste en mi vida un sueño, una amistad con un hombre homosexual noble y sincero, y me lo arrebataste como cuando a un niño le arrancas de la mano su juguete más preciado.




Cuando salí del coche me vi preso de un desengaño que me recorría el alma como una culebra avasallándome con su escalofriante tacto. En mi mente se agolparon infinidad de desordenados pensamientos que bloquearon mi lengua de todo lo que en ese momento hubiera deseado decirte. He necesitado de días para poder poner un poco de orden a sensaciones tan desagradables que no pude expresarte en su momento y de un bolígrafo para poder dotarlas de un mínimo de coherencia.




Quizás la culpa sea mía por haber sido tan ingenuo. Haber confiado en ti ha sido un error garrafal, pero al menos entre mis mermadas defensas todavía hay lugar para suplicarte que cuando otro ingenuo vuelva a cruzarse por tu camino no vuelvas a jugar con sus ilusiones y sentimientos como si fueran juegos malabares. La sensación es tan amarga que una vez que la vives ya no se la deseas a nadie. Que con este mensaje se puedan evitar decepciones futuras y que al menos éste sea el único provecho útil de esta carta.




Realmente, yo nunca te he exigido nada. De hecho, sabes que siempre me he mostrado muy comprensivo contigo. Intenté entender aquella ruptura sentimental tan súbita a pesar que me dejó un tanto desconcertado y en un mar de dudas. De seguida, me prometiste una amistad verdadera y de nuevo tu palabra se ha quebrado. Durante estos meses nunca te he puesto entre la espada y la pared, sólo trataba de asegurarme en ciertos momentos que esas intenciones seguían en pie. Ni siquiera me importaba esperar los meses que hicieran falta.




Es posible (o más que probable) que pienses que mi reacción es desproporcionada. Si es así, ya has olvidado completamente aquellos duros años de larga autoaceptación en que uno vive sumergido en la soledad más lacerante a pesar de estar rodeado de gente tal como te he mencionado antes. Por mi parte, ahora espero que algún día surja en mi vida un amigo gay de verdad que me tienda una mano sincera y contribuya a comenzar a sentirme más a gusto en este mundo mío tan pequeño pero tan complejo. No quiero un charlatán que con cantos de sirena me avive una ilusión que siempre ha subyacido en mí para luego dejarme ahogado en el escepticismo. No quiero un cantamañanas que me pinte con fastuosos paisajes una relación sincera para finalmente alejarse de mí escupiéndome así en la cara todos esos bellos colores. No..., no...




Llorenç Garcia

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