dijous, 27 de desembre del 2012

El mago


Ahí va. Con su rostro arrebolado por la tibia luz de su incipiente adultez. En la mano derecha porta su maleta gigante, con todos sus bártulos y una montaña de ilusión, que parece pesarle e insuflarle energía al mismo tiempo. En la cabeza se ha puesto un gorro negro de felpa que le confiere una aire entre medieval y bohemio.
Y es que casi parece un personaje extraido del Medievo, pero ésa era la peculiaridad que con tanto tesón perseguía para poder distinguirse y realzar una personalidad que, recién salida de la adolescencia, no se había acabado de perfilar. Para camuflar esta carencia y se le pueda tomar en serio ante posibles miradas adultas, intenta disolver cualquier traza de candidez forzando en el semblante una cierta adustez que no existe. Pero a ninguna de esas miradas le hará falta mucha introspección para desvelar lo postizo que resulta este gesto: sólo con dejar caer la vista sobre sus ojos chispeantes y percibirlas como dos vasijas vacías ansiosas de llenarse de experiencias. De momento únicamente contienen ilusión e ideas preconcebidas que el tiempo se encargaría de ir desterrando. Asimismo, un cuerpo enjuto y de miembros famélicos transmiten la impresión de que este pequeño artista se alimenta de idealismo, a modo de un Quijote a punto de iniciar sus andanzas sin un Sancho Panza que lo guíe.
El entusiasmo lo empujó a instalarse en un primer impulso en una esquina de las calles más concurridas de la Gran Ciudad. No obstante, al aproximarse a la zona le invadió un pánico casi escénico que le electrizó la piel. Como un torero novel arrojado al ruedo, indefenso con su capote. Aunque ya se imaginaba a sí mismo colocándose el mundo por montera, el valor se le deshizo cuando vio la dura competencia que le aguardaba. Por su campo visual desfilaban toda clase de figuras de todas las edades que bregaban por hacerse hueco en la memoria colectiva. Lo más duro fue constatar que junto a él había personas con la misma ilusión o más fuerte que la suya, y se dio cuenta de que no era el único requisito para triunfar. Muchos de ellos contaban con una habilidad palpablemente superiores a la suya y un carisma brillante que, en su caso, sospechaba que el temor escénico podría apagarlo o atenuarlo hasta lo anecdótico. Intuyó también que muchos de ellos atesorarían vidas más interesantes que la suya, con muchos más méritos para inscribirse con letras de oro en el libro de la inmortalidad.
Conforme iba inspeccionando el terreno sobre el que había de pisar firmamente, sus pasos tornábanse más frágiles. Se sentía cada vez más insignificante con aquella gorra medieval con la que ya pretendía captar la atención de transeúntes y ir lanzado al estrellato. Y se sentía absurdo sólo por habérsele asomado esta ocurrencia tan ridícula en la mente. Las cuencas de sus ojos se llenaron esta vez de decepción y ya no le importó que en su semblante se plasmase la inseguridad e ingenuidad que otrora se esforzara en ocultar con denuencia.
Con el rabo entre las piernas, el pequeño mago se retiró a una calle más discreta. Cogió aire hondo, se quitó el gorro y se sacudió el cabello. Y con la sacudida también cayó el orgullo. Comprendió que cuando se ha de empezar, ha de ser por el principio. Y que no es mejor que nadie. La vida había hecho un truco de humildad con aquel pequeño mago que quería empezar a lucir sus trucos en la calle.

Llorenç Garcia

divendres, 7 de setembre del 2012

El cofre del recuerdo


Recuérdame siempre, preferiblemente por lo bueno. Pero recuérdame siempre, por favor. Quiero que se te diluya una sonrisa en el rostro cuando acuda a tu memoria. Haré lo posible por aparecer como la estrella fugaz en la noche que viene a velar por algún deseo secreto frustrado tuyo y que sólo a mí me concediste el privilegio de oír de tus labios en un arranque de franqueza. De inusitada sinceridad con la que me conferiste el don de ahondar donde más de uno habría entregado un trocito de su alma para acceder ahí.
Sí, soy uno de los elegidos en ser depositario de la llave de acceso al fondo del armario donde guardas valijas de incalculable valor, pero también muchos fantasmas de consistencia opaca. Yo era uno de los pocos que pudo abrir las contrapuertas de par en par y airear el ambiente carcomido y extraer un poco más de lustre a esas joyas antes que el absurdo ostracismo les menguara el brillo.Recuérdame cuando estés feliz y estés afligido. Observa fijamente a la Luna porque seguro que yo también estaré embelesado maullándole confesiones como un gato rojo.
Cuídate.
Llorenç
P.D.: Espero que no te importase que me llevara una de las joyas preciosas del fondo de tu armario porque sé que yo le sacaré más rendimiento y, así, contribuir a tu inmortalidad. Por eso, para restablecer ese hueco, te dejo mi recuerdo dentro de un cofre para que lo abras cuando lo necesites.

divendres, 6 de juliol del 2012

Comprar en la medina de Marrakech

En más de una ocasión me vi tentado a comprarme una chilaba como las que lucía todavía gran parte de la población más adulta de Marrakech. El hecho de llegar con aspecto europeo me encasillaba irremisiblemente en el papel de turista y, ser turista significaba que desprendías un tufillo a dinero rápido. El turista en la medina de Marrakech es un personaje que desempeña una función muy definida en esa sociedad. Tener cara de europeo es una oportunidad de lucrarse a velocidad meteórica o, al menos, a tener el día solucionado. Son auténticos comerciantes de nación y las estratagemas que emplean son muy semejantes a las de cualquier occidental que trata de venderte la moto. El mérito de ellos consiste en que todas esas técnicas las han adquirido de manera espontánea y a base de afilar sus tácticas con el método prueba-error.

El primer paso consistía en encontrar algo con lo que simpatizar con la presa. Por las facciones, la vestimenta y otros detalles de cariz intuitivo intentan averiguar la nacionalidad a la que perteneces. Frecuentemente ya lo tienen reconocido si te han oído balbucir la más mínima frase. Si no es el caso, intentan atinar dirigiéndose a ti en francés (la mayor parte de los turistas provienen del país galo y probablemente mi tez pálida contribuía a alimentar esta idea). Muchos empiezan a tantear el terreno preguntándote: ¿inglés?, ¿español?, ¿italiano?... Una vez que han hecho bingo con la nacionalidad española, despliegan un castellano de supervivencia aderezado de sonrisas, contacto físico y otras estrategias de acercamiento a veces intimidatorias...

Si el espacio en concreto se trata de un puesto, el vendedor te dice que entres a ver sin compromiso. Te acerca corriendo el producto por el que muestra interés, ya sea un bolso, unas babuchas o una baratija. Antes de decirte el precio (información que siempre postergaban deliberadamente), te hacían un despliegue de todas las virtudes del producto en cuestión. Llegaba la hora en que el cliente debía interrumpir todo este discurso perfectamente articulado para indagar en el precio. Era el momento en el que por fin se revelaba tan ansiada cifra, la cara de estupor del turista transmitía la sensación de que tamañas excelencias no eran extensibles al precio.

Asi que ahí comenzaba el juego del regateo (parte central y más jugosa de este ancestral protocolo comercial). El vendedor rebaja el precio lo mínimo que puede, pero el cliente debe insistir en que se continúe bajando. Si no existe acuerdo, el turista puede retirarse y es el momento cuando el apurado marroquí cae en la desesperación. Ante una oportunidad que se desvanece como el humo, te clama volver y acaba cediendo a las exigencias del occidental. Sin embargo, los más marroquíes más taimados echaban mano de una solución alternativa. Ésta consistía en ofrecer un producto alternativo a menor precio para seguir persuadiendo a la víctima.

En muchas ocasiones, el visitante acaba pagando lo que sea con tal de poder salir de esa isla de odio. Conclusión: la pesadez a veces resulta fructífera.


Llorenç Garcia

dimarts, 29 de maig del 2012

Se ha derretido el hielo con el que, con tanto sigilo, te habías recubierto la personalidad a modo de férrea coraza incluso para ti mismo. Lo habías construido a base de minuciosa paciencia y detallismo de escultor de culto. Con una traza maquinal, no habías elidido ni la más mínima nimiedad durante el proceso. "Para protegerme del mundo, -pensaste- voy a sumergirme en un crudo invierno para sufrir menos y rebotar cualquier ataque de este inmundo campo de batallas llamado vida".
Así que, bregando contra tu natura, empuñaste el cincel y el martillo y extrajiste desde las profundidades abisales de la gelidez material con el que creías que podías moldear la mejor obra de tu vida. Y, en efecto, quizás así sea. Desde que luces dicha capa de escarcha, se han alzado multitud de miradas admiradas ante pieza tan excelsa. Muchas loanzas has oido y comentarios laudatorios que, en ocasiones, han provocado que no dudaras en aumentar el grosor del hielo hasta aparentarlo incorruptible.
Pero cometiste el mismo error que envuelve las mutaciones de la misteriosa sonrisa de la Mona Lisa, ésa misma que se deforma con el tiempo. Tú quizás erraste al elegir el material de la bella armadura hiemal. La física es caprichosa, como tus emociones, y ahora contemplas impotente como el hielo se va cristalizando y afinando en consistencia.Quizás el sencillo aleteo de un albatros, un hálito de tristeza emanada como una llamarada o las fauces de la soledad clavándose con saña sobre el invernal caparazón han hecho mella hasta derretirlo. Y, ahora, desprotegido como un niño perdido en el bosque, te preguntas qué has hecho mal. No sabes si la coraza era tan pesada que ya empezaba a asfixiarte o, por el contrario, si era más frágil que el destello del solsticio del diciembre. Y te replanteas si reconstruirla o crear una nueva con otros materiales. Puede que debas escarbar entre las emociones humanas para hallar sustancias diferentes al hielo con las que mostrarte al mundo.
Llorenç Garcia

dissabte, 14 d’abril del 2012

El piano verde (homenaje a Lorca)


En alguna caricia reposada
un ángel profanó el polvo trasnochado
sobre las teclas del piano verde
haciendo sonar una nota enmudecida
por un silencio ensordecedor.
El tono galopó como un eco en la noche
e hizo vibrar una estrella en el firmamento.
Una bruma condensada en el pasado
bosquejó la sonrisa emanada
de algún rincón de su infancia
en la Vega de Granada.
Todavía quedarán gitanos
que afilan la navaja con la luz de la Luna
y pierden más de un quejido
al albur del destino.
Aún subsistirán incomprendidos
que ahoguen en el arte
su llanto silenciado
y sublimen su tortura
en algún pedestal del Olimpo.
Siempre seremos una caricia,
un ángel, una noche,
un caballo, una Luna,
una bruma, una sonrisa,
un gitano despechado,
un incomprendido.
Siempre seremos un Lorca
que volverá a tocar el piano verde,
que seguirá tañendo sus versos
en la crónica de la inmortalidad.

Llorenç Garcia

diumenge, 18 de març del 2012

Digamos NO


Digamos NO
al amante retorcido, que profana el
nombre del Amor
para calmar un apetito carnal
perecedero.

Digamos NO
al cantamañanas charlatán, que aletea
con sus vacilaciones
y nos acaba arrojando con su pútrido
hálito de perspectivas tóxicas.

Digamos NO
al amigo traidor, que se desposee
voluntariamente de toda honradez
por un puñado de plata o en aras de
la traición más espúria.

Digamos NO
al religioso represor, que sanciona
libertades y coarta felicidades
empuñando una cruz que se avergüenza
de él.

Digamos NO
al falso idealista, que justifica en
nombre de no sé qué
sangre derramada o vidas abiertas en
canal
enarbolando una bandera de
colores.

Digamos NO
al sádico humillador, que cree
hacerse valer
azotando al débil con su perfidia
afilada.

Digamos NO
a todos ellos.
Sepultémoslos en un campo
yermo,
donde ni los gusanos pudieran sacar
provecho
y el estiércol se limitara a
confundirse con ellos
en eterno silencio
inerte.
Llorenç Garcia

diumenge, 12 de febrer del 2012

La dentellada del tiburón


Querida Anna:

¡Qué gran excursión hemos hecho a ese pueblo! Una villa pequeñita en medio
de la Serranía con el encanto atemporal que envuelve a todos los pueblos
pequeños a pesar del (o gracias al) turismo. Emocionante ha sido introducirnos
por la floresta y explorarla para encontrar ríos de agua fría que nos han
espabilado en cuerpo y ánima. Con la confianza acumulada por los años, hemos
practicado nudismo sin apenas pudor sumergidos por el agua y bañados por el sol.
Si ya nos habíamos desnudado el alma, despojarse de la ropa sólo era una manera
de ser congruentes con nosotros mismos, ¿no crees? A pesar de la interrupción
inoportuna de unos lugareños que nos desafiaban con su presencia erguidos en un
vehículo todoterreno que estaba lejos de imponernos.
Nos hemos perdido deliberadamente por esas carreteras de la comarca que
serpenteaban tan comprichosamente pero con la firme intención de recuperar un
rescoldo de tu pasado que a veces te quitaba el sueño... Sólo una cosa de este
viaje que me ha inquietado un poco. Omnipresente durante todo el trayecto ha
esta la canción de Antònia Font con esas letras tan surrealistas que hablaban de
cañas de azúcar, bambú y de tiburones. Precisamente la presencia tan reiterada
de este animal depredador en nuestros tímpanos la hacía un poco insidiosa porque
siempre parecía invocarse cada vez que nos extravíamos gozosos por las calzadas
de la zona.
Sin embargo, y si resulta que al final nada es casual en la vida, sólo
espero que en nuestros caminos nunca se cruce el destino en forma de tiburón y
nos aseste una dentellada de las suyas. Ya hay demasiada sangre derramada en el
mundo y ni tú ni yo merecemos verter ni una única gota porque rara vez nacen de
su contacto con la tierra ni un hilo de vida. Y si alguna vez el destino se
descalabra y decide ser tiburón para ser cruento contigo, acudiré presto a
vendarte en la herida una vez que ésta se haya abierto paso en tus
entrañas.

Gracias por este finde de semana tan inolvidable.
Cuídate,

Llorenç