divendres, 6 de juliol del 2012

Comprar en la medina de Marrakech

En más de una ocasión me vi tentado a comprarme una chilaba como las que lucía todavía gran parte de la población más adulta de Marrakech. El hecho de llegar con aspecto europeo me encasillaba irremisiblemente en el papel de turista y, ser turista significaba que desprendías un tufillo a dinero rápido. El turista en la medina de Marrakech es un personaje que desempeña una función muy definida en esa sociedad. Tener cara de europeo es una oportunidad de lucrarse a velocidad meteórica o, al menos, a tener el día solucionado. Son auténticos comerciantes de nación y las estratagemas que emplean son muy semejantes a las de cualquier occidental que trata de venderte la moto. El mérito de ellos consiste en que todas esas técnicas las han adquirido de manera espontánea y a base de afilar sus tácticas con el método prueba-error.

El primer paso consistía en encontrar algo con lo que simpatizar con la presa. Por las facciones, la vestimenta y otros detalles de cariz intuitivo intentan averiguar la nacionalidad a la que perteneces. Frecuentemente ya lo tienen reconocido si te han oído balbucir la más mínima frase. Si no es el caso, intentan atinar dirigiéndose a ti en francés (la mayor parte de los turistas provienen del país galo y probablemente mi tez pálida contribuía a alimentar esta idea). Muchos empiezan a tantear el terreno preguntándote: ¿inglés?, ¿español?, ¿italiano?... Una vez que han hecho bingo con la nacionalidad española, despliegan un castellano de supervivencia aderezado de sonrisas, contacto físico y otras estrategias de acercamiento a veces intimidatorias...

Si el espacio en concreto se trata de un puesto, el vendedor te dice que entres a ver sin compromiso. Te acerca corriendo el producto por el que muestra interés, ya sea un bolso, unas babuchas o una baratija. Antes de decirte el precio (información que siempre postergaban deliberadamente), te hacían un despliegue de todas las virtudes del producto en cuestión. Llegaba la hora en que el cliente debía interrumpir todo este discurso perfectamente articulado para indagar en el precio. Era el momento en el que por fin se revelaba tan ansiada cifra, la cara de estupor del turista transmitía la sensación de que tamañas excelencias no eran extensibles al precio.

Asi que ahí comenzaba el juego del regateo (parte central y más jugosa de este ancestral protocolo comercial). El vendedor rebaja el precio lo mínimo que puede, pero el cliente debe insistir en que se continúe bajando. Si no existe acuerdo, el turista puede retirarse y es el momento cuando el apurado marroquí cae en la desesperación. Ante una oportunidad que se desvanece como el humo, te clama volver y acaba cediendo a las exigencias del occidental. Sin embargo, los más marroquíes más taimados echaban mano de una solución alternativa. Ésta consistía en ofrecer un producto alternativo a menor precio para seguir persuadiendo a la víctima.

En muchas ocasiones, el visitante acaba pagando lo que sea con tal de poder salir de esa isla de odio. Conclusión: la pesadez a veces resulta fructífera.


Llorenç Garcia