dimarts, 29 de maig del 2012

Se ha derretido el hielo con el que, con tanto sigilo, te habías recubierto la personalidad a modo de férrea coraza incluso para ti mismo. Lo habías construido a base de minuciosa paciencia y detallismo de escultor de culto. Con una traza maquinal, no habías elidido ni la más mínima nimiedad durante el proceso. "Para protegerme del mundo, -pensaste- voy a sumergirme en un crudo invierno para sufrir menos y rebotar cualquier ataque de este inmundo campo de batallas llamado vida".
Así que, bregando contra tu natura, empuñaste el cincel y el martillo y extrajiste desde las profundidades abisales de la gelidez material con el que creías que podías moldear la mejor obra de tu vida. Y, en efecto, quizás así sea. Desde que luces dicha capa de escarcha, se han alzado multitud de miradas admiradas ante pieza tan excelsa. Muchas loanzas has oido y comentarios laudatorios que, en ocasiones, han provocado que no dudaras en aumentar el grosor del hielo hasta aparentarlo incorruptible.
Pero cometiste el mismo error que envuelve las mutaciones de la misteriosa sonrisa de la Mona Lisa, ésa misma que se deforma con el tiempo. Tú quizás erraste al elegir el material de la bella armadura hiemal. La física es caprichosa, como tus emociones, y ahora contemplas impotente como el hielo se va cristalizando y afinando en consistencia.Quizás el sencillo aleteo de un albatros, un hálito de tristeza emanada como una llamarada o las fauces de la soledad clavándose con saña sobre el invernal caparazón han hecho mella hasta derretirlo. Y, ahora, desprotegido como un niño perdido en el bosque, te preguntas qué has hecho mal. No sabes si la coraza era tan pesada que ya empezaba a asfixiarte o, por el contrario, si era más frágil que el destello del solsticio del diciembre. Y te replanteas si reconstruirla o crear una nueva con otros materiales. Puede que debas escarbar entre las emociones humanas para hallar sustancias diferentes al hielo con las que mostrarte al mundo.
Llorenç Garcia