dijous, 15 de desembre del 2011

Las tetas de Helen


¡Ay, qué caprichosa es la Naturaleza! No supo
lo que hizo dotando a las mujeres de esos preciosos montículos con los que a
veces parece que se miden y confrontan en femineidad. Esto bien lo sabe mi
compañera de trabajo Helen, una dulce peruana de edad incierta (no quiere
confesarla y respetaré su deseo), que ha tenido la habilidad de explotar estos
encantos con los que ha hechizado a muchos miembros viril..., ejem, a muchos
miembros del género masculino. La verdad es que cuesta desviar la atención de
ambas prominencias tan simétricas y con unas redondeces que parecen diseñadas
por algún escultor celestial (¡si Miguel Ángel estuviera vivo!)
A esto conviene sumar el color canela
heredado de ancestrales incas y que debe de provocar un gracioso contraste con
sus turgentes pezones de color café (esto último es producto de mi portentosa
imaginación porque no he sido uno de los elegidos en observar dichosa bicromía;
es sólo la intuición, que es muy poderosa.)
Asimismo, mi imaginación se solaza muchas
veces recreándose en como será apoyar la cabeza sobre ellas. Seguro que debe de
ser una experiencia comparable a la de visitar las torres de Cuzco. La de
secretos que se habrán vertido sobre ellas, confidencias a medianoche
desvanecidas a la llegada del alba y más de una lágrima furtiva evaporada en su
dermis tostada.
Todavía no tengo muy claro si me atraen más
cuando sus senos están ceñiditos o más sueltos. En sendos casos siempre transige
un generoso escote que invita a reposar la mirada tal como hacen muchos de sus
estudiantes que así encuentran una gran motivación para aplicarse a la lección
con ahínco que ella imparte como docente (más de un alumno me ha hurtado ante
unas armas con las que yo no puedo competir pero que siempre he
disculpado).
Aunque sus dos relucientes frutos se han
caracterizado por aportar un poco de vidilla a la academia, también ha sido la
causante de más de un brote hormonal masculino al desencadenar la frustración de
no poder palparlos. La víctima se regocija con la mirada fija pero al mismo
tiempo se pone en la piel de aquel héroe mitológico castigado por los dioses a
padecer hambre y sed per seculi seculorum. Este desgraciado tenía agua bajo su
boca, pero al abajar el morro a ella el líquido se apartaba inmisericorde. Por
si fuera poco, sobre su cabeza colgaban unas jugosas manzanas que también se
alejaban de la boca del hambriento en todo intento por acceder a
ellas.
Pues así son los pechos de Helen, como dos
manzanas tan cercanas y tan lejanas, próximas a la vista pero inaccesibles
físicamente para su público devoto. Helen es perfectamente consciente de este
fenómeno y lo aprovecha para atraer y marcar distancias a la vez. Son como una
vía de entrada y una barrera que ella administra para desconcertar a sus
seguidores y acrecentarles el ansia hasta llegar casi al
delirio.
Ay, Helen. ¡Qué lista eres! Y qué bien que
conoces las reglas de seducción. Con esas dos potentes razones podrías hasta
desatar batallas pero tú prefieres que todo quede en un juego de reglas muy
acotadas para el gran público varonil ( y sectores del femenino).

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